La búsqueda de sentido

Cualquier persona que asista a un rodaje conocerá de primera mano y de forma veraz el mayor secreto de la creación audiovisual: todo es mentira. No hablamos ya de viejos trucos como rociar una manzana con glicerina, para que parezca brillante ante la cámara, o de usar puré de patatas con colorante, para simular un helado resistente al más violento de los focos. Hablamos de la propia construcción temporal del relato, de como la producción, en busca de la eficiencia, desordena la realidad física para transportarnos a un mundo irreal que no existe. Nuevamente no hablo de mundos alienígenas o fantásticos, hablo de noches que son día, de puertas que conectan kilómetros al instante o de lágrimas en un entierro que preceden a la propia muerte, al mero conocimiento siquiera de la enfermedad o el accidente.

Pero al final de todo, esto no son mentiras, no son trucos de trileros o ilusionistas, porque al final lo único que se busca, si trabajamos con honestidad, es la búsqueda de sentido. El audiovisual, el buen audiovisual, intenta por todos los medios cambiar el mundo, ya seduciendo o convenciendo, incluso aterrando, pero usando todo lo que tiene a su alcance para convertir las imágenes en movimiento en la voluntad última del demiurgo. Una cámara y una mesa de edición son herramientas en la búsqueda del sentido último, no de la realidad, sino de la mente del creador. Una mirada puede significar amor u odio dependiendo del contraplano, una puerta puede llevar a cualquier lugar, da igual que grabes la puerta de la cocina de tu abuela, al otro lado no estará el salón, puede estar el hospital donde morirás o ese portal donde la besaste por primera vez mientras sostenías su bicicleta.

@bartofg

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